Thursday, March 22, 2007

Me detengo un breve momento y cuestiono mi rumbo en este "vertiginoso caos de impermanencia" en que se va tornando mi espacio vital. Quizas no es demasiado subjetivo desconocerme en mis gustos y afectos de ayer cada vez más rápido. Quizas no es errado sentir que pierdo lo más mio a medida que de forma inconciente a lo largo de los días y su tediosa rútina voy tomando lo más indudablemente exterior para asimilarlo como lo más indudablemente mio y este nuevo interior, volver a transmutarlo nuevamente en un ciclo sin fin, comandado solamente por la memoria y el deseo en un equilibrio frágil que siempre tiende a ser ganado por el deseo.
Es demasiado claro que ya no puedo bañarme en el mismo río que en algún instante me alivio, no sólo porque sus aguas fluyeron lejos y se perdieron en dirección a otros horizontes, también porque ese yo que se introdujo en esas ondas también muto y derivó hacia otros planos.
Pasan las estaciones del año, pasan los años, un par de ellos, varios de ellos, se juntan en decadas y comienzo a completar un cuarto ciclo, bombardeado por una diversidad de solicitaciones sensibles, personas y cosas que aparecen, cambian, nacen, me acompañan un trecho del camino, me ayudan, me soportan, me apoyan, desaparecen, se transforman, mueren... algo de mi se va con ellos, también algo de mi se transforma.
Y tiemblo.
Porque es duro y simple. Y a veces ya poco me importa.
Pero...
Cuando creo que la inercia de este estado me satura y me siento como cadaver a la deriva en aguas negras, siento que existe un centro que me ordena y que despeja el polvo de ese espejo que siempre esta bruñido y que refleja el mundo que me rodea: los astros que giran en órbitas perpetuas, a cuya exactitud replican la simétrica alternancia del día y de la noche. El fuego que quema y asciende siempre. Un orden inmanente de las cosas y que también se replica en mi. Bajo una lluvia de diversidades adivino algo único e inmutable: mi propio pensamiento, en el que fundo una identidad de la que ningún cambio sabría hacerme dimitir. Pensamiento inmaculado e iluminador como el sol detrás de las nubes, que explicita el orden y señala el fin último y la sustancia primera de cada realidad. Un foco que sustenta el conjunto de todo y que define mis objetivos, mi bien y mi verdad.
Y me quedo tranquilo.
Porque si este mundo surge de mi pensamiento ¿por qué no dejar que surja como le plazca? ¡Que corran como estampida todas esas transmutaciones! Mi esencia es una. Y ya no profeso virtudes que no respeto para asegurar la ventaja de parecer lo que desprecio.
Es este mi mundo y no el de realidades paralelas. Pardiez!

Wednesday, March 07, 2007